Comentario
Eva Braun había llegado al Bunker el 15 de abril, en vísperas de la batalla del Oder. Hitler intentó que saliera de la ciudad, pero ella se había negado rotundamente. Según Speer, que la estimaba mucho, Eva había acudido a Berlín a morir junto a Hitler. Ella sabía que aquello era el final.
Se había pasado los días tratando de animar al Führer, poniéndose los vestidos que más le gustaban, ocupándose un poco de los pequeños detalles, que allí había ya todo el mundo olvidado. Hanna Reitsch dejó de Eva Braun la última descripción que se conoce: "Se pasaba el día desvariando colérica contra todos los cerdos desagradecidos que habían abandonado al Führer y a los que había que matar. Por lo visto, los únicos buenos alemanes eran los que estaban encerrados en el subterráneo, y todos los demás eran unos traidores porque no se encontraban allí para morir con él".
Continuamente se quejaba así: "¡Pobre, pobre Adolfo, traicionado por todos, abandonado por todos! ¡Cuánto mejor sería que murieran diez mil de los otros y no que Alemania le pierda a él!"
Cuando sobrevino la traición de Himmler, el Führer vio con realismo la situación. Wenck no avanzaba porque con cinco divisiones no se podía hacer más; Busse no llegaba porque estaba cercado. Todo se desmoronaba ya inevitablemente. Entonces decidió casarse con Eva Braun.
¿Por qué entonces y no años antes? Él mismo responde: "Durante mis años de luchas creí que no debía contraer matrimonio, pero ahora mi vida toca a su fin y he decidido tomar por esposa a la mujer que vino a esta ciudad cuando ya se hallaba virtualmente sitiada, después de años de verdadera amistad, para unir su destino al mío. Es su deseo morir juntamente conmigo como mi esposa. Eso compensará cuanto no puedo darle por causa de mi trabajo en interés de mi pueblo".
Hacia las dos de la madrugada del 29 de abril se produjo una extraña reunión en el cuarto de mapas del búnker. Allí estaba Eva Braun, con un vestido de coctail de seda negra que agradaba mucho a Hitler; éste se presentó con traje azul de doble hilera de botones; estaba el matrimonio Göebbels, Bormann, las secretarias del Führer...
Hitler se casaba. Los ecos del cañoneo ruso fueron la marcha nupcial. Como representante del registro actuó un funcionario municipal, hallado en su puesto de combate: pertenecía a la Volkssturm y vestía un sucio uniforme del partido. Al final, Hitler firmó de forma bastante legible y la novia, más nerviosa, escribió Eva y comenzó a escribir la B de su apellido, pero tachó y rectificó: "Eva Hitler, nee Braun". Como testigos firmaron Bormann y Gebbels.
Luego se retiraron a las habitaciones de Hitler, donde éste ofreció a los presentes champán pastas y bombones. Allí estuvieron, además de los recién casados, Bormann, Göebbels y esposa, las dos secretarias de Hitler, la cocinera y los ayudantes militares. Mientras se formaba una nostálgica tertulia, Hitler, Bormann y Göebbels hicieron un aparte donde decidieron la sucesión del Führer.
Las fuerzas soviéticas lo apisonaban todo, poco a poco, implacablemente. Sus órdenes eran avanzar al precio que fuera, destruir al enemigo nazi, alcanzar la victoria, vengar las ciudades destruidas, los millares de aldeas incendiadas, los millones de hombres muertos por los ejércitos alemanes. Pese a sus tremendas pérdidas progresaban sin cesar, peleando con tanta furia como sus enemigos y respaldados por su aplastante superioridad en número y en material.
Sobre el puente de Moltke, que daba acceso a la Königs Platz, al Reichtag, a la Puerta de Brandenburgo, a la famosa calle Unter den Linden, a la Kurfürsten Platz, al Palacio de la Opera, al Zoo, los soviéticos dejaron centenares de muertos, pero al final pasaron. Era la zona mejor defendida de Berlín. Allí, ante el puente, se hallaba la sede de la Gestapo, magníficamente protegida, la Opera Kroll, también fortificada, el fuerte edificio del Reichtag, dispuesto para un largo asedio. En la plaza Königs había una importante posición artillera y una línea de defensas con algunas obras de cemento y elevados parapetos de adoquines y escombros, donde diez mil hombres combatieron furiosamente durante 5 días.
Pero había que pasar y las tropas rojas pasaron. Dejaron inmensos montones de cadáveres y chatarra bélica, pero no ahorraron medios para alcanzar el triunfo. Por allí atacaron tres divisiones de infantería y 9 regimientos acorazados, en total más de 50.000 soldados con no menos de 400 tanques, cañones autopropulsados o transportes blindados de personal.
Mientras en el bunker se celebraba la boda de Hitler, ante la sede de la Gestapo se luchaba con ferocidad, y cuando comenzó a clarear el día los soviéticos ya contaban con una fuerte cabeza de puente sostenida por los regimientos acorazados 713 y 525. Por ella penetró en el corazón de Berlín el grueso de las fuerzas del III Ejército de Zhukov, a quien correspondió el honor de asaltar la cancillería.
Al bunker llegan, aquella madrugada del 29, noticias fragmentarias de la lucha en la capital. Los rusos alcanzan la Potsdamer Platz por los subterráneos y echarles de allí cuesta a los alemanes encarnizados contraataques. Las estaciones de ferrocarril, donde hay millares de refugiados, son defendidas con singular denuedo. La fiereza de atacantes y defensores es tremenda en las estaciones de Potsdam y de Anhalt. En la Alexander Platz, al este de las líneas alemanas, los defensores tienen que luchar hasta con los adoquines, pues faltan municiones para fusiles y ametralladoras, que finalmente llegan en varios automóviles del parque de la Cancillería.
Pero ninguno de los responsables del búnker valora la situación. En las habitaciones de Hitler continúa la tristona fiesta de la boda. Allí están aún junto a Eva Braun, el matrimonio Göebbels, Bormann, los generales Krebs y Burgdorf, secretarias, ayudantes, cocinera... Beben moderadamente champán. Hitler, que incluso ha tomado una copa, se ha retirado con su secretaria jefe.
En aquellas horas de la madrugada, el Führer dictó su testamento político. En la primera parte justificaba su trayectoria pública, la guerra que -según él- nunca deseó, su última decisión de resistir y morir en Berlín y, al final, no se ahorraba puyazos contra los militares de la vieja escuela. En la segunda, tras ratificar las destituciones de Göring y Himmler, designó como sucesor al almirante Dönitz y le asignó un gobierno con sus últimos fieles, entre los que estaban, naturalmente, Bormann y Göebbels.
El testamento finalizaba: "Encargo sobre todo a los dirigentes de la nación y a quienes están bajo su mando el escrupuloso cumplimiento de las leyes raciales y la enemistad implacable a la envenenadora universal de todos los pueblos: la judería internacional".
Este documento, junto otro con su testamento personal, fue firmado por Hitler a las 4 horas del 29 de octubre de 1945. Como testigos también signaron Burgdorf y Krebs por el ejército; y Göebbels y Bormann, por el partido. Seguidamente se dio por finalizada la fiesta nupcial y todos se retiraron a sus habitaciones.
Durante ese día siete correos trataron de salir de Berlín con las copias del testamento. Ya no era posible hacerlo por el aire, de modo que los siete debieron intentarlo cruzando las aún muy permeables líneas soviéticas, sobre todo en dirección oeste. En uno de ellos apareció esta potsdata de Hitler: "Los esfuerzos y el sacrificio del pueblo alemán en esta guerra han sido tan grandes que yo no puedo creer que hayan sucedido en vano. El objetivo debe ser siempre el de ganar tierras en el Este para el pueblo alemán".